Rumbo a Singapur, mi tercer Campeonato del Mundo.
Después de dos días de viaje, jamás imaginé vivir un aterrizaje de emergencia en Nueva Delhi.
Sin duda, fue el abrebocas de todas las experiencias que estaban por venir.
Un viaje largo, sí, pero lleno de expectativas por llegar al OCBC Aquatic Centre,
el escenario donde pelearíamos nuestras medallas mundiales.
El 18 de septiembre empezó oficialmente nuestra aventura,
con un jet lag de trece horas que nos anunciaba dos semanas intensas de campeonato.
Los primeros días de entrenamiento los vivimos con el equipo de la mejor manera,
con buena energía, y propósito.
A pesar de que mi entrenador no estaba físicamente conmigo,
estuvimos conectados en todo momento,
sincronizados para sacar adelante cada sesión,
planificar las competencias y visualizar la competencia y todo.
Fueron días de ansiedad y de ganas inmensas de competir.
De ocho días de carreras, yo nadaba los últimos cuatro.
Una mezcla de presión y deseo por lanzarme al agua ya.
Pero logré mantenerme firme, apoyada en todo el trabajo psicológico
y en los mensajes que me recordaban que no estaba sola.
Es increíble pensar y sentir cuánto puede sostenerte el cariño y el apoyo de quienes creen en ti.
Si tuviera que definir este campeonato en una sola palabra, sería agradecimiento.
El agradecimiento fue la clave de cada día en Singapur.
En serio, absolutamente todo fue especial.
Porque esta aventura no empezó al llegar allá,
sino hace dos años, cuando terminó mi segundo mundial en Manchester.
Desde entonces, el camino siguió, y hace unos meses comenzó una nueva etapa
junto a mi nuevo entrenador:
alguien que me brindo la confianza y el entusiasmo en cada microciclo rumbo a este sueño.
Nuestra medalla fue el resultado de esa entrega total,
de creer en el proceso, en nosotros y en lo que Dios tenía preparado.
En nuestra proyección soñábamos con ser medallistas en todas las pruebas,
y aunque sonaba ambicioso, yo sabía que estábamos entre las mejores del mundo,
listas para luchar por ese podio.
Me sorprendió mi propio positivismo,
la serenidad con la que viví cada competencia,
retándome a confiar:
en mí, en el proceso y en el propósito.
Fueron cuatro días intensos, de cansancio acumulado,
pero también de emociones que se multiplicaban.
Cada prueba era más vibrante que la anterior.
Y como suele pasar en la natación,
las medallas se definieron por centésimas.
De cuatro carreras, fui medallista en tres:
dos bronce y una plata.
Representar a mi país y estar entre las mejores del mundo
es una sensación difícil de describir… simplemente poderosa .
Y como dije antes, todo se resume en gratitud:
por las personas que reencontré,
por las experiencias vividas,
por la oportunidad de practicar mi chino mandarín y mi inglés con los singapurenses,
por estar tan presente, tan consciente,
sintiendo que cada día era una nueva oportunidad
para ser feliz
y mostrar al mundo el resultado de tanto trabajo,
de tanta fe.
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