Sara Vargas
Seguramente tu mamá alguna vez también te dijo: “Uno se muere y nada se lleva”, pero lo interesante es que nosotros siempre dejaremos algo.
Entonces, ¿qué es lo que le dejamos a este mundo?
Al mismo tiempo que escribo este artículo, sigo haciéndome esa misma pregunta y pensando en crear o hacer algo grande. Ese mismo objetivo del que todos hablan en todo momento: “salir adelante”. Es una frase con la que vivimos a diario, a la que le dedicamos tiempo e ideas para descubrir cuál será nuestro verdadero destino. Muchos trabajamos incluso para cambiarlo constantemente, pero sigue siendo incierto. Aun así, creemos que está por venir y que es algo muy interesante.
Los científicos siguen investigando la necesidad del ser humano de trascender y afirman que nuestro afán por dejar huella en esta vida es un deseo innato, una forma de demostrar que alguna vez estuvimos aquí y que nuestra existencia tuvo importancia. Sin embargo, creo que muchas veces actuamos sin ser plenamente conscientes de ello.
Cuando me encuentro con historias de personas que no siguen la línea convencional de la vida, sino que, por el contrario, sienten una pasión desbordante y creativa por lo que hacen, me surge de inmediato la necesidad de preguntarme: ¿qué los llevó a hacer eso y por qué lo hacen? Y, en ese instante, esa persona ya ha dejado una huella en mí.
Lo mismo ocurre con mis padres: consciente o inconscientemente, dejan su huella en mi día a día. Incluso mi entrenador, cuyo conocimiento y enseñanzas van moldeando una creación en proceso, y esa creación soy yo. Cada persona y acción que trasciende proviene de alguien más.
Cuando hablo con amigos sobre sus anhelos para cada año, siempre aparece la frase: “quiero sacar la mejor versión de mí”. Y eso, en el fondo, significa que queremos recordarnos o que nos recuerden por nuestro esfuerzo y perseverancia para lograrlo. Aunque no busquemos explícitamente la admiración de los demás, sucede de manera natural porque vivimos admirando y motivándonos en otros. Y, sin darnos cuenta, dejamos algo en las personas con las que interactuamos.
Así es como, de manera inconsciente, vamos dejando algo de nosotros en todo lo que hacemos o pensamos. Desde enviar un mensaje hasta decidir no hacerlo, desde ayudar a alguien hasta no tenderle la mano. Incluso cuando logramos algo, habrá alguien detrás anhelando y trabajando para alcanzar eso mismo. Por eso, deberíamos reflexionar más sobre ello, ya que somos los capitanes de nuestro propio camino y podemos decidir qué dejaremos en él y qué no.
Comencé a escribir esto porque sigo construyendo la respuesta a esa gran pregunta: ¿qué dejaré en este mundo?
Es una pregunta sin límite de edad, que llegó a mi vida con más fuerza cuando entendí que mi camino no es igual al de los demás. Desde entonces, no se ha ido, y creo que nunca lo hará. Porque, al conocer diferentes formas de vivir, me doy cuenta de que nuestra verdadera huella está en eso: en la originalidad de nuestro propio recorrido.
Al revisar mis motivaciones, muchas de las cuales provienen de personas —algunas que ya no están—, de la música, de los lugares, de los sabores, me doy cuenta de algo: esa huella que tanto queremos dejar la vamos marcando sin darnos cuenta, como las pequeñas huellas de los gatitos o perritos que quedan en el camino que recorremos.

